El descubrimiento de los rayos X supuso una revolución en los campos de la física y la medicina, y buena parte del mundo científico se volcó en su estudio. Su descubrimiento hizo que la radiología fuera contemplada como una rama de la ciencia y señaló el comienzo de la era de la electrónica, además de proveer a la medicina de un nuevo método de diagnóstico.
Por otra parte, los bulos acerca de las extraordinarias propiedades de los rayos X tuvieron un gran impacto social. Algunos ignorantes detractores intentaron vetarlos (decían que con ellos era posible ver a las mujeres desnudas), y los mercachifles se aprovecharon del desconocimiento general, al extremo de que varios fabricantes de ropa interior se enriquecieron notablemente vendiendo prendas anti-rayos X. El absurdo llegó hasta los legisladores; en el estado de Nueva Jersey se prohibió instalar rayos X en los gemelos de teatro para salvaguardar la intimidad de las coristas.
El inventor e industrial norteamericano Thomas Edison enterado de la existencia del descubrimiento, se puso en contacto con el sabio alemán, insistiendo para comprarle la patente de los rayos X, a lo que Roentgen se negó rotundamente, pues consideraba los beneficios de su invento patrimonio de la humanidad. Aunque se resignó a no conseguir a la patente, Edison instaló en la Exposición Eléctrica de Nueva York de 1896 una atracción en la que por unas monedas se podía meter la mano frente a un aparato de rayos X que proyectaba los huesos sobre una pantalla fluorescente. El encargado de la atracción, después de unas semanas de trabajo, perdió la piel de la mano por quemaduras profundas y falleció a causa de la subsiguiente infección; fue la primera víctima de la historia de la radiación.
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